Corrí a buscarte con la esperanza
de que aún estuvieras allí. Mis pies avanzaban sin tomar en cuenta lo que mi
cerebro les ordenaba; parecía que no conocieran la cordura y se dejaban guiar
por el deseo que me hacía temblar de emoción. Ese deseo que me obligaba a verte
día a día, el mismo que me motiva a crear un sonrisa en tu rostro. Aún sin
saber cómo, necesito hacer que tu cara cansada distante sonría son simpatía.
Comenzó a llover, y yo sigo
corriendo. Mis pantalones se han vuelto a mojar por tu culpa. Mis pies se han
congelado de frío. Pero no importa, porque te veré. Estarás allí, serio, como
siempre; caminando de un lado a otro, mirando tu celular a cada segundo,
saludando a quien se cruza por tu camino con esa desesperante cortesía que me
conquistó.
Ya estoy llegando. Sé que me esperas, me lo dice el corazón.
Late porque me espera tu cariño. Jadeo cansada, pero corro más rápido para
poderte encontrar. Mi fiebre comienza a aumentar. Mi resfriado me dice que me
detenga, que es una locura. Yo no escucho y sigo corriendo. Veo tu auto
estacionado. Aún no te has ido. Sonrió porque lo sabía. Mi mente se llenó de
escenas nuevas, otras viejas, pero que igualmente me llenan de emoción.
Abro la puerta para verte. Busco y busco ¿Dónde estás?
Avanzo por el pasillo. No te veo…
Volví a la realidad: estás con ella. La que te hace reír más
que yo, la que puede llamar tu atención aún cuando no lo desea. Ella, la
divina. Ella que tiene derecho a besarte siempre que quiera, como ahora. Ella
que desea tus brazos tanto como yo, y lo obtiene. La que se lleva toda tu
atención haciendo que me des la espalda.
Es momento de irme. Me he mojado más de lo pensado. No me
queda dinero para pagar un autobus, tendré que caminar. No esperaré a
despedirme, no te agrandará. Saldré por atrás, me mojaré más, pero no me verás.
No correré, sólo caminaré, así mi llanto no se oirá y mis lágrimas se
confundirán con la lluvia.
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