No estoy segura de cuándo fue que comenzaron las cosas. Tampoco de por qué cambiaron.
Él no me quiere decir nada. Con suerte aguanta que le mencione sobre aquel día. Siempre que le pregunto qué ocurrió, corta la conversación o desvía el tema.
-Hice todo lo posible por protegerte. – Es lo único que he logrado sacarle de información después de tantas súplicas.
Debe de ser po eso que ahora se preocupa de no perderme de vista. No quiere que nada me pase, hasta que mi momento llegue. Claro, después de todo, ese es su trabajo.
A veces estoy sola, o triste, o nerviosa, y Carlos siempre está allí, queriendo calmarme, y cuidarme. Como aquella vez que me llevó a dar un paseo aéreo por la ciudad la noche antes de la prueba de historia.
Qué suerte tiene, puede volar. Claro que tuvo que morir para poder hacerlo, y eso no es agradable.
Cuando chica creía que sólo los bebés y niños pequeños se volvían ángeles, ya que no alcanzaban a pecar, pero cuando conocí a Carlos quedé perpleja. Uno nunca imagina que tu ángel de la guarda sea gente hecha y derecha, y, generalmente, del sexo opuesto.
Carlos tiene como veinte y siete años…o era su edad cuando murió. A esa misma edad me toca morir a mí, pero no sé qué ocurrió que me pasó algo antes de tiempo.
Cuando vives en una isla es normal que tus amigos estén dispersos por todos lados y estés obligada a recorrer grandes distancias, teniendo que salir de la ciudad. Sobre todo, alrededor de la carretera hay muchas casas, y los conductores no tienen suficiente precaución, porque, después de todo, eso sigue siendo una carretera y no una calle de las que rodean la plaza.
Quizás fui yo la que no se fijó antes de cruzar o fue el conductor el que no se percató en mí, lo que sé es me dolió mucho.
Un golpe en las costillas. Creo que me hizo volar el impacto con la camioneta, porque cuando reaccioné estaba en el pasto, aturdida.
Vi mi sangre, caliente, brotando de mi cuerpo. La sentía en mi boca, caer por mi nariz, al mismo tiempo que dejaba de tener fuerzas en mis músculos. Estaba débil. Quería levantarme pero no podía. Era como si mi alma dejara mi cuerpo.
Caí como un saco al suelo y lo único que lograba percibir eran gritos de algunas ersonas, que seguramente habían visto el accidente. Mi vista se estaba nublando. No sentía ni mis brazos, ni mis piernas. De pronto dejé de respirar.
Me había muerto.
Uno, por lo general, no sabe que se murió hasta que te lo dicen o hasta que ves tú cadáver siendo llevado en la ambulancia.
Yo no vi mi cadáver, ni ambulancia, ni gente, ni gritos, ni llantos, ni nada. Sólo vi un túnel.
Allí fue cuando conocí a Carlos.
No soy nada tímida. Al contrario, soy muy impulsiva. Pero la forma en que me miraba me hizo encogerme.
No quitaba sus ojos de mí. Estaba serio; pero no era una seriedad molesta, sino que una serena. La luz le iluminaba la mitad del cuerpo y la mitad de la cara, mientras que el resto estaba en la oscuridad. Usaba una polera y unos pantalones blancos. Sus alas eran como las de una paloma y sobre su cabeza estaba flotando una aureola.
Me acerqué a él y, disimulando normalidad, le pregunté:
-Emmm…perdona… ¿dónde estoy?
Silencio.
-Ehhh…perdón que insista, pero... ¿quién eres tú? – reiteré al no encontrar respuesta.
Me siguió mirando.
-Soy tu ángel – dijo por fin-. Sígueme.
Obediente, me fui tras él a través del túnel. Me sentía perrito castigado, yendo así, cabeza agachada, al paso de él. Me dio un poco de escalofríos, sobre todo porque no sabía dónde estaba.
Al final del túnel había demasiada luz. Era blanca e iluminaba hasta el otro extremo, sólo que con menor intensidad.
-Oye – le dije-, disculpa, ¿quién dijiste que eras?
-Carlos. Tu ángel guardián. O de la guarda.
-¿Mi ángel?... ¿¡Y por qué no te conocía!?-me sobresalté.
-¡Porque no me podías ver! – respondió comenzando a perder la paciencia.
-¿¡Y por qué te veo ahora!?
-¡¡Porque estás muerta!!! – gritó.
-Ay…perdón…-me disculpé. Definitivamente no estábamos teniendo un buen comienzo.
Seguimos caminando. Procuraba disimular mi sorpresa por haberme enterado que había fallecido, pero después de tremendo golpe no me extrañaba.
Nos seguimos acercando a la luz. Cada vez era más intensa. No me había dado cuenta de lo frío que estaba el túnel, pues poco a poco esa sensación fue desapareciendo; un aire tibio surgía a medida que nos aproximábamos. De pronto el suelo se ablandó. La luz se esparció por todos lados y pude ver dónde estaba.
-Llegamos – declaró Carlos.
En medio de blancas nubes, se alzaba una gran puerta hecha de barrotes de oro, justo frente a nosotros. El cielo nos acogía y protegía, mientras que el brillo de la puerta daba pequeños destellos. A un lado, había un hombre de gran barba con un enorme libro que estaba con otras personas hablando y hojeando las páginas.
-Espera aquí – me dijo mi ángel y fue a hablar con esas personas.
Me senté en el suelo y crucé mis piernas.
Me puse a meditar: Ahora que estaba muerta no vería más a mis padres, a mi hermana, ni a mis amigos. Y si no me dejaban entrar al cielo iría al infierno, y si no me dejaban allí vagaría por el mundo el resto de mi vida eterna.
-Listo – sentenció Carlos con una sonrisa-. Vamos.
Regresó al túnel.
-¡Hey! – Le grité alcanzándolo- ¿A dónde vas? ¿Qué pasó? ¿Qué te dijeron?
-Te dieron una nueva oportunidad – dijo -. No era tu momento.
-¿¿Qué?? – Ahora me había confundido de verdad.
-Eso. Ahora debes regresar.
Volvimos por el túnel de regreso al mundo real.
Desperté en mi cama, son el sol colándose por mi ventana. Apareció mi hermana, diciendo que se me hacia tarde para ir a la casa de mi amiga. Comencé a tocar mi cuerpo buscando heridas o sangre o alguna cicatriz. Le conté lo que me había pasado y dónde había estado. También le hablé de mi ángel de la guarda.
-Si claro. Entonces estoy hablanco con un fantasma – dijo con tono burlón.
-¡Es verdad!
Busqué ayuda para demostrarle que era verdad. Algún indicio, una prueba…algo.
Entonces lo vi. Carlos, frente a mi cama, no parpadeaba vigilándome. Lo apunté con el dedo diciéndole a mi hermana que estaba allí. Ella miró y comenzó a reírse. Al parecer sólo vio el rincón vacío de entre mi cama y un mueble. Se burló arrodillándose ante Carlos alabándolo como si fuera un dios. Él puso cara de extrañeza y se hizo a un lado.
-No diga tonteras – concluyó yéndose después a la pieza de al lado a tocar batería.
Miré a mi ángel. Me sonrió, y me convencí que no había muchas personas a quienes les pudiera contar mi secreto. Porque eso se volvería ahora: un secreto.
Gracias a Dios encontré amigas que creen que veo ángeles, pero sólo he podido contar a unas pocas el origen de mi videncia. Ya me he acostumbrado a verlos en todos lados y también a la acosadora mirada de Carlos. Pero no sé si me acostumbraré a no saber qué pasó aquel día que morí y él no lo pudo evitar.
-Hice todo lo posible por protegerte – dijo con melancolía-. Ahora duerme.
Por Constanza Ramos